El sobrepeso y la obesidad se definen como una acumulación anormal o excesiva de grasa (tejido adiposo) que puede ser perjudicial para la salud. Los valores normales de grasa corporal son del 12 al 20% en los varones y del 20 al 30% en las mujeres. La determinación de este porcentaje no es sencilla ni rápida de obtener, por lo que en el día a día utilizamos el índice de masa corporal. La obesidad y la nutrición están relacionadas y por ello es importante conocer algunas recomendaciones básicas relacionadas con la forma en que nos alimentamos y nuestro estilo de vida.
El índice de masa corporal (IMC) , que se calcula dividiendo el peso en kilogramos entre el cuadrado de la talla en metros (kg/m2), es el índice que se utiliza para clasificar el sobrepeso y la obesidad en adultos. La OMS define el sobrepeso como un IMC igual o superior a 25, y la obesidad como un IMC igual o superior a 30. A su vez, se definen distintas clases de obesidad en función de dicho parámetro.
La obesidad es la enfermedad metabólica más frecuente del mundo desarrollado, más de 1.400 millones de personas superan su peso saludable. Es un importante factor de riesgo de otras enfermedades crónicas (DM2, ECV, HTA, infarto cerebral y ciertos tipos de cáncer).
En el manejo de la obesidad es imprescindible tener en consideración el conjunto de factores asociados a este problema de salud. Entre ellos, encontramos algunos que no son modificables (genéticos, geográficos, etc.), y otros que sí lo son, en los que debemos centrar nuestros esfuerzos (nutrición, actividad física) ya que van ligados al estilo de vida. Por tanto, la prevención y el tratamiento de la obesidad debe centrarse en disminuir el consumo de alimentos de alta densidad energética y llevar a cabo una vida más activa.
Si bien en las causas de obesidad se reconocen factores genéticos, endocrinos, neurológicos, psicológicos y ambientales, en general, todo ello se concreta en un desequilibrio entre la energía ingerida (las calorías que cada día entran en nuestro organismo con los alimentos) y el gasto realizado (las calorías que consumimos por la actividad física y por el gasto energético que se deriva de las reacciones metabólicas que se producen continuamente en nuestro organismo), y de esta forma dieta y actividad física son pilares básicos para la prevención y el tratamiento de la obesidad.
Cambios en el estilo de vida
El cambio en la alimentación incluye una reducción del consumo total de calorías. Las medidas pasan por evitar el sedentarismo, realizar ejercicio físico de forma regular, corregir errores alimentarios y realizar una alimentación equilibrada. Su médico y su nutricionista le indicarán qué medidas seguir y cómo desarrollarlas.
La reducción de las grasas saturadas, azúcares, comidas procesadas y su sustitución por alimentos como las frutas, hortalizas y cereales integrales, proporcionará una buena base de alimentos de baja densidad energética (pocas calorías en mayor cantidad de comida), con un alto contenido en fibra e índice glucémico bajo (parámetro que mide con qué velocidad y en qué cantidad los carbohidratos de un alimento llegan a la sangre en forma de glucosa), que facilitará la aparición de una saciedad temprana y por tanto menos apetito, lo que contribuirá a reducir la ingesta energética.
Respecto a la alimentación hay algunas consideraciones que es importante remarcar. La dieta debe ser variada, reduciendo el consumo de grasas (evitar el consumo frecuente de embutidos, fiambres, carnes rojas, fritos, rebozados, lácteos enteros, bollería industrial), evitar los aperitivos calóricos (snacks, frutos secos fritos y con sal), moderar la ingesta de hidratos de carbono sencillos (azúcar, golosinas, helados, refrescos, zumos) y aumentar el consumo de alimentos ricos en fibra (frutas, verduras, hortalizas, legumbres, cereales). Así, es importante saber que el alcohol es una fuente de calorías y que los alimentos light también contienen calorías.
El ejercicio físico debe ser de moderada intensidad y diario, con una duración de una media hora al día. Se recomiendan actividades como subir las escaleras a pie en lugar de usar el ascensor, caminar hasta la parada siguiente del metro o autobús y bajar una parada antes, pasear con un grupo de amigos, ir en bicicleta, nadar, etc. El ejercicio físico se asocia además con mejoría de los factores de riesgo de las enfermedades cardiovasculares, aunque no haya pérdida de peso.
Estos cambios deben sustentarse en un cambio en el estilo de vida del paciente. Esto significa que es fácil comenzar a cambiar la alimentación y empezar a hacer alguna actividad física, pero rápidamente se pierde el interés y se vuelve a la conducta previa de sedentarismo y alimentación desequilibrada. Para conseguirlo se recomienda emplear técnicas de autovigilancia (como, por ejemplo, llevar un diario, pesarse, medir el alimento y la actividad física que se realiza) y control de estímulos (no comer viendo la TV o viajando, utilizar platos de dimensiones más pequeñas).
El perder peso y mantener la pérdida en el tiempo es un proceso lento, que no debe desesperar a la persona y que a menudo debe incluir la participación de distintos profesionales (médico, enfermera, nutricionista) y que en ocasiones precisa además tratamiento farmacológico o quirúrgico (cirugía bariátrica).
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